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El valle escogido

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Cerros, colinas, llanuras y un extenso bosque de pinos invitan al viajero a desconectar del ajetreo de la vida diaria y adentrarse en el sosiego y tranquilidad de esta localidad llena de encanto que, desde el siglo XII, ha sido un privilegiado lugar de descanso. Tal es así que su propio nombre significaría "valle escogido", del latín 'vallem dilectam'. Y es que no es difícil imaginar a sus primeros pobladores del siglo XII, llegando desde Alcalá de Henares tras cruzar la campiña y encontrar bajo sus pies un valle lleno de árboles y en el que hoy, otro siglos después, se alza Valdilecha.

"La etimología popular sostiene que Valdilecha no significa "valle escogido", sino más bien "valle de la leche". Esta explicación láctea y sin mucha consistencia histórica se apoya en la leyenda de que los Reyes Católicos nombraron a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, su "lechero real", entregándole esta villa. Desafortunadamente, ni se tienen evidencias de que el militar fuese señor de Valdilecha, ni mucho menos lechero de sus católicas majestades".

El Capellán, Robin Hood del Tajuña

Seminarista, labrador, alcalde, liberal y bandolero. La vida de Manuel Saturnino bien merece una película. Y es que la fama de este valdilechero nacido en 1839 aún resuena en muchos de los hogares del pueblo y de toda la comarca.

Su historia comenzó un 29 de noviembre de 1839, cuando nace en el seno de una familia de labradores. Pronto, sus padres le envían al seminario, hasta que, un año antes de cantar misa, abandona su carrera sacerdotal para volver a Valdilecha. Precisamente, de este hecho viene su apodo de "el capellán", al ser su familia la que se ocupaba de unas tierras de la parroquia (la capellanía), ya que todo indicaba que regresaría al pueblo como sacerdote, pero nadie contaba con su espíritu rebelde que le llevó a colgar los hábitos. Será entonces cuando, en febrero de 1870, contraiga matrimonio con Romana de la Plaza, propietaria de una de las posadas de la villa, la ubicada en la calle del Espejo.

Por aquel entonces, Manuel Saturnio es nombrado alcalde, aunque no duraría mucho en el cargo. En mayo de 1874, es depuesto por el Gobernador Civil debido a sus tendencias liberales que, en plena contienda carlista, chocaban de lleno con la de la mayor parte de sus vecinos, carlistas y defensores de Carlos VII. A tal punto llegaron las desavenencias políticas que incluso se conserva un documento del Juzgado de Primera Instancia de Alcalá de Henares que narra su enfrentamiento, con pistolas de por medio, con otros valdilecheros por la colocación de diferentes banderas en la torre de la iglesia el día del Corpus.

Quizás este carácter indomable y su espíritu liberal fue lo que le hizo echarse al monte con otros bandidos para robar a los más ricos para dárselo a los pobres mientras aparentaba ser un ciudadano normal. Se cuenta incluso que obligaba a su mujer a poner cocidos en su posada para los más pobres del pueblo.

Tanta generosidad fue, sin duda, su muerte. La noche del 15 de marzo de 1883, sus propios compañeros de banda, cansados de su excesiva beneficiencia, lo emboscaron en el lugar que hoy sigue conociéndose como la Cruz del Capellán y le dieron muerte, quemándole el bigote para ver si respiraba. Moría el hombre y nacía la leyenda.

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